Pero eramos felices ¿no? Jamás te olvido. Eres mi nombre. Eres lo que he llegado a ser. Ahora lloro pensando en que un día te puedo dejar atrás. De que no pueda cumplir mi sueño. De que en los ojos de una mujer, pueda ver lo que eran nuestras planes de juegos. De que en un esplendoroso cabello, pueda acordarme de nuestra acolchada cama o alfombra, piso o pasto...de donde fuera que hubiéramos quedado dormidos. De que en sus labios, pueda acordarme de lo inútil que era nuestra forma de hablar.
Ella puede no existir. No puedo contarle de ti. Ella, de pronto, sólo querrá usar mi cuerpo. O malgastar el color rojo que me invade. Tomarlo todo como sí fuera una copa de vino. No podré decirle que se escape conmigo para que me haga olvidar tantos lloriqueos nuestros sin razón. La sal seguirá sobre nuestros ojos. Y luego ella derramará más y más. Que mala suerte.
No quiero regresar al pasado. Sólo quiero recuperar esa sonrisa, pero con otros motivos. Porque no quiero que cualquier cosa sea la que me llame la atención. No quiero unos cachetes melcochudos de mis desechos humanos. No quiero jugar...sólo por jugar. No quiero porque todo eso, lo puedo hacer sólo. En cambio, ella tiene que ser la que llame mi atención, la que sepa reciclar tantos desechos, y que juegue conmigo. Juegue en mi cama, juegue con abrazos y besos, juegue a coger mis frutos rojos, para que entre los dos, tomemos nuestra malteada helada. Esa que entiesa tus dientes, y endulza tu garganta. Esa que congela tu cerebro, y quita tu sed.
Quiero mi malteada!